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El Corunio

Mar del Plata,
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viernes, 22 de mayo de 2020

Qué hacer para que la salud mental de los niños, normalmente sólo sometida a horas de pantallas, Netflix, cumbias, reggaetones y videojuegos, apurada por llegar a pijamadas, baby showers y tironeada entre padres separados, sometida a la urgencia del éxito social, de ser aceptados, de ser populares, de viajar a Disney, de festejar Halloween, de comer chatarra a cualquier hora y fracasar al terminar como un esclavo más del capitalismo, no se vea resentida durante el aislamiento.


La cuarentena parece extenderse indefinidamente y para nuestras mentes maduras, es una verdadera incomodidad. De más está decir que en los niños, o será peor, o nos parecerá a nosotros que es peor, o les habremos transferido nuestras angustias de la manera más eficaz para que evidencien que, en efecto, es peor. Su aparato cognitivo, apenas adaptado a los vaivenes más elementales de la vida, como soportar horas de computadora, cumbias, reggaetones, Netflix y videojuegos con argumentos retorcidos, los apuros para llegar a pijamadas, clases de pilates, de inglés, baby showers, ver a un tío, a los abuelos, acordar cómo se le dice a la nueva pareja de Papá, aceptar decirle "hermano" al nuevo hijo de mamá, acordar cuántos días del aislamiento se pasarán con qué progenitor, de lograr el sueño de ir a Disney, tener un celular por el cual no ser el hazmerreir del curso, de ser aceptado, de ser popular, de festejar Halloween, el UPD, comer chatarra fría y retorcida, traída por un pibe de Rappi a cualquier hora para terminar siendo un esclavo consumista en un régimen capitalista y distante de toda idea de libertad, no podría resistir a los pesares de un aislamiento que no se sabe cuándo terminará. Es por eso que los expertos recomiendan que los niños deban seguir con sus rutinas, lo más fielmente posible, durante estos días, en forma fingida, o como elemento un futuro próximo. Prometerles una vida mejor, como siempre, aunque con matices diferentes. La vida de siempre, en algún momento volverá y podremos disfrutar de ella, pero de mientras, hacer un leve giro. Cambiarles el engaño de una vida promisoriamente pelotuda, por otra vida, promisoriamente imprevisible y tal vez, algo más despertadora de curiosidades y exploraciones que la primera. Acaso, ser niño, no sea más que explorar y a fuerza de ensayo y error, y libertades robadas en los canteros, crecer hasta ser. 
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