"-¿Qué hacé, maessstro, capo, campeón...?, pasá-" Con esa cordialidad típicamente porteña, mientras se ceba unos mates, nos recibe Cristiano Rattazzi. El heredero de la familia fundadora de la megaempresa italiana Fiat y presidente de la filial local, es argentino, nació en Buenos Aires en 1948, pero pasó casi toda su vida en Italia. Así que su proverbial acento peninsular cocoliche recién bajado del barco era su sello de distinción, lo que le daba jerarquía y ese toque europeo por el que los argentinos nos meamos. Una especie de tesoro expresivo intocable, como el acento brasileño de Anamá Ferreyra. Sin embargo, el coronavirus lo hizo reflexionar: "-Sssho ssiempre fui argento, assí que no tengo porqué hablar como essos tanos de mierrrda...-", nos dijo mientras hacía, enérgicamente, montoncito con los dedos. Rattazzi, por miedo a que lo aíslen como a Plaza Italia o a que lo insulten por la calle, decidió hablar como un porteño de ley. "-Queré un ferné...te ofressería mate, pero ¿visste como están las cossa?, por ahí no queré, no hay que compartir...-" En sus ratos libres, Rattazzi canta tangos y la emprende con el bandoneón. "-No hay nada má lindo que ser argentino-", repite incansable. Macrista incurable, Rattazzi había tenido su bautismo como connacional cuando fue autoridad de mesa en las últimas elecciones y permitió que ciudadanos cuyo número de dni no coincidía con el que figuraba en el padrón, votaran de todas maneras. Según dijo en ese momento, lo hizo porque era "un aporte ciudadano que favorecía al entonces oficialismo".
